AMILA PARTE 1, EL DESPERTAR(CAPITULO 2)

 

Segundo capítulo de mi obra, espero que la disfrutéis. 

AMILA PARTE I, EL DESPERTAR

DESPERTAR PUEDE SER MORIR

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CAPÍTULO 2

Pasaron alrededor de los desiertos que rodeaban la ciudad, así como sus instalaciones tanto militares como civiles de soporte, que por precaución se ubicaron fuera de la misma. El único sustento les venía de un par de razas alienígenas llamadas calosianos y carnianos, que estaban relativamente cerca y les proveían de los alimentos y demás cosas que necesitaban en pago por un acuerdo de protección frente a esos mismos desconocidos enemigos que los esclavizaron, hasta que,finalmente, el hombre logró derrotar en esa última resistencia.


¡En cuanto entremos en el bar me coges de la mano y te conviertes en mi pareja! —dijo ella, sonriendo con una expresión picarona—.

¿No crees que es hora de que intentes ya ir a la oficina de selección genética y encuentres a alguien compatible contigo? —preguntó el hombre—.

Tan solo tengo diecinueve años, Cosmo. ¡Déjame disfrutar de la vida un poco más! —respondió ella—.


Ya estaban entrando en la ciudad, por lo que Cosmo aminoró algo la velocidad del vehículo.


Por ley, todos hemos de contribuir con un hijo como mínimo para aumentar el número de nuestra especie, es algo que no podrás eludir eternamente —le informó él—.

Aún me quedan muchos años para cumplir con ese trámite legal, y en el fondo ansío dar con alguien especial sin que me dé a escoger una computadora entre las opciones disponibles por compatibilidad genética —explicóella—.


El hombre la miró fugazmente, como siempre que le salía con esa excusa. No llegaba a entender a qué podía referirse con ese “alguien especial”.


¡No logro comprenderte cuando me sales con esas...!, no es posible escoger al que quieras porque ya sabes que nuestra base genética es limitada y es una computadora la que debe ser la encargada de esa selección —argumentó él—.

Tampoco sabría decirte de dónde proceden esas inquietudes mías; quizás yo sea una de esos “raros” que a veces nacen y no logran encajar en esta sociedad. Supongo que haré como todos ellos y acabaré cumpliendo con el trámite legal en su momento, sin siquiera tener contacto físico

o relación con el que escoja —respondió Amila con voz triste—.

¿Y tampoco desearás criar a tu hijo y ocuparte de su educación?

Puede que sea la decisión que tome con toda seguridad, lo vería como un simple trámite que habría cumplido en esta sociedad a la que me cuesta adaptarme —respondió la mujer—.


Los quinientos políticos supervivientes de la devastación en las colonias y en la Tierra eran los encargados de gobernar en la ciudad. Cada cuatro años se celebraban elecciones y en las últimas, un par de años atrás, habían sido refrendados por la mayoría de los votos por su excelente gestión. Eran los responsables de esas medidas de las que hablaban, así como de otras que obligaban a acabar con la vida de los embarazos irregulares o de los que a veces salían deformes o con taras. Pese a la dureza de dicha legislación, todos sabían que era necesaria para seguir aumentando el número de humanos sanos.


Tras cerca de un cuarto de hora de conducir, llegaron al local que ya se veía a rebosar de clientes.


Vamos a tomar esas bebidas que te debo, cariño —dijo el hombre al ayudarla a bajar del vehículo—.

¡No hace falta que seas tan realista en tu papel, Cosmo! —replicó ella en voz baja, a su lado, una vez que pisaron la acera—.


Sus uniformes atrajeron la atención de los allí presentes. Al instante, como era habitual, varias mujeres se fijaron en Cosmo de inmediato y otro tanto hicieron los hombres con Amila. El de Cosmo consistía en un pantalón, camisa y chaqueta de color azul claro con el emblema de la división de mantenimiento, en su caso eran prendas holgadas al cuerpo. El vestuario de Amila era algo diferente y más ceñido a su físico para mayor comodidad por su trabajo; consistía en una sola prenda de tela elástica del mismo color,que contaba con una minifalda en la cintura que apenas llegaba a la mitad de sus muslos. El calzado para ambos eran unas botas, aunque las de Amila eran algo más cortas e igual de ceñidas que sus prendas.


Creo que hoy también me marcharé con compañía de aquí. ¡Y tú podrías hacer lo mismo si quisieras! —dijo él al acercarse a los clientes que los miraban—. —No me atrae en exceso ese tipo de relaciones, aunque por mí no te cortes y se tú mismo ahí dentro —respondió ella—.


No solo era el uniforme, sus físicos ayudaban bastante a atraer las miradas del sexo opuesto... Cosmo era un hombre de unos treinta años con una buena presencia, de cabello negro y ojos marrones. Amila era pelirroja con ojos azules y una figura perfecta que se veía resaltada por su ceñido uniforme, además, su cara estaba bastante proporcionada,por lo que se podía considerar de una belleza más que fuera de lo común. Era, de hecho, quizás la joven más hermosa

con diferencia de toda la ciudad.


Se cogieron las manos antes de entrar para simular que eran pareja y poder disuadir de posibles cortejos hacia ella a los hombres que ya la esperaban en la entrada. Como era habitual, se sentaron en una de las mesas y el camarero les trajo las bebidas de siempre, que previamente les preguntó al pasar cerca de allí, por si en esta ocasión preferían otra cosa.


Me parece que me acercaré un momento a la barra —dijo Cosmo, al ver cómo lo miraba una preciosa rubia desde allí—.

Adelante, compañero. Ya puedes ir a tus conquistas tras quitarme a mí de encima a los posibles interesados —


La mujer lo observó alejarse y se centró en sus pensamientos. Pese a haber bebido poco, empezaba a sentir lo que siempre le provocaba: una especie de sensación de que algo no encajaba en su entorno y que no podía llegar a precisar del todo... Observaba a su alrededor en busca de algo que pudiera indicarle lo que era que no terminaba de cuadrar, pero siempre notaba como si otra fuerza le bloqueara en ese esfuerzo suyo.


Cosmo regresó con la chica de la barra, y los tres estuvieron tomando sus bebidas antes de dejar el local. Su compañero de trabajo la dejó en su casa y se alejó después con su conquista de esa noche para pasar el resto de la velada con ella.


¡Hay algo que no termina de encajar en esta ciudad...! ¿Es que nadie más es capaz de notarlo?, pensó Amila mientras entraba en el bloque en donde se encontraba su vivienda, sin saber si esas sensaciones eran imaginaciones suyas o efectos secundarios del alcohol que aún tenía en su cuerpo.


Sin ser consciente de ello, una señal de alarma se activó en el centro de control de la población, que enseguida alarmó a un empleado que recogía los datos que imprimía la computadora. 

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